¿Y si somos ciegos?
¿Y si somos
ciegos?
por: Víctor
Maldonado C.
E-mail: victormaldonadoc@gmail.com
Twitter:
@vjmc
09/09/2020
La gente que sale de la caverna no vuelve.
¿Todavía te sorprende algo? Cada quien ha venido escogiendo su
propia caverna, y por lo tanto, sus propias sombras. Encadenados e
imposibilitados de voltear, apostamos a que la realidad es esa, la de nuestros
propios espectros, las formas como ellos van adoptando extrañas configuraciones,
y las interpretaciones de los que dicen ser sabios. ¿Y sí los que pasan por
sabios son solamente unos farsantes?
Desde el inicio del llamado proceso hemos librado la peor de las
batallas, la de las certezas. El ecosistema criminal se organizó de tal manera
que usó como sus más importantes voceros aquellos que lucían como más
confiables para nosotros. De esa forma, muy temprano fuimos confundidos por
falsos oráculos, aquellos que debiendo hablar por nosotros y velar por nuestros
intereses, se habían volteado para ser la caja de resonancia de lo que el
régimen quería hacernos saber. La cuerda floja fue desde el principio un
negocio floreciente en el que intelectuales e influencers se fueron alternando
para dar el mensaje en el momento propicio. Muchos de ellos, situados como
asesores corporativos o miembros de juntas directivas, decían lo que convenía
al régimen, en el instante preciso que se necesitaba. ¿Cómo podía ser falso si
lo dijo “nuestro analista de confianza”? te imprecaban en la cara a los que
comenzábamos a ser suspicaces. La ceguera se extendía.
Lo mismo ocurrió con el dinero sucio, otra forma de descalabrar
cualquier esfuerzo para derrocar la tiranía. De nuevo las sombras nos jugaron
una de las suyas. La realidad dejó de tener los atributos que antes tenía,
entre otras cosas que la gente se preocupaba por demostrar cómo vivía y por qué
vivía con tantas holguras. Dejó de hablarse de eso. Nuevas riquezas destilaban
su purulencia. Viejos arruinados florecieron de la nada, y se transformaron en esos
quistes que poco a poco van creciendo hasta ser obvios en la piel, pero como
anomalía. Algunos llegaron a pensar en un futuro donde todos ellos, unos y
otros, se licuaban en una nueva clase, practicando una endogamia tribal en la
que parecían disolverse todos los pecados.
La política comenzó una extraña calistenia chamanística, de estertores
alucinantes que, sin embargo, no se tradujeron nunca en algo especialmente
amenazante, aunque tuvo momentos que parecieron cruciales. Llevamos veinte años
con el régimen al frente del país, y una oposición que no logra, o no quiere
descifrar el acertijo. Ha habido una creciente especialización en la parodia,
que no es un juego ajeno a daños colaterales, víctimas inocentes y errores
monumentales. Tal vez la paradoja constante sea un recursos extremadamente
sofisticado de tortura psicológica, y al final traiga como consecuencia una
desconfianza estructural en la política. Porque no es fácil ver como los
líderes confiables de ayer se convierten súbitamente en los fiascos de hoy, y
no uno, sino todos. Detrás tiene que haber una trama, una componenda, un
libreto que aplican con rigurosidad para desolar la esperanza y hacer que los
venezolanos perdamos el orgullo del gentilicio.
Poco a poco el régimen fue aplicando esa mezcla de extorsión, chantaje,
represión y corrupción que ahora forma parte de la norma. Los políticos se
reciclan a sí mismos, y sin ningún pudor, desempeñan el papel que les asignan,
bien sea santones o sátiros, corderos o lobos, palomas o serpientes, pero
siempre jurando que juegan limpio, a pesar de que la realidad diga lo
contrario. Y lo que nos cuesta mucho es apelar al juicio de la realidad y
asumir las consecuencias. Quedamos aferrados a una nostalgia, una imagen que no
es honesta, porque no representa lo que efectivamente son.
Una sola anécdota. En 2017 los venezolanos fueron convocados por los
partidos políticos a una consulta. El parlamento asumió el liderazgo de esa
iniciativa. Fueron ellos los que formularon las preguntas, no sin antes haberlas
limado de mayores compromisos. Convocaron a rectores universitarios y
personalidades de la sociedad civil para que fungieran como garantes y
valedores del proceso ciudadano que se dio con alegría y mucha esperanza.
Llegada la noche (otra vez la caverna, sus sombras y sus formas espectrales) no
fueron capaces de respetar el número de los que habían participado (querían
inflarlo arbitrariamente). Y en el camerino (porque todo fue poco menos que un vodevil)
al llegar la única que efectivamente actuó de buena fe, uno de ellos le dijo:
“¡Qué bolas tienes tú si crees que esto es un compromiso que va en serio!”. El
6 de agosto todo se había consumado en una voltereta antihistórica que los dejó
en cueros frente al país. Pero no quisimos verlos desnudos. La ceguera es
también cuestión de práctica. Un “¡no puede ser!” fatalmente encubridor y
alcahueta enterró cualquier intento de sensatez. Porque, si no son estas
sombras que todavía nos dejan ver las formas, ¿a qué nos vamos a exponer? ¿al
vacío total, al negro absoluto?
Pero nos negamos a ver. El espectáculo continuó, eso sí, cada día con
menos espectadores y casi sin aplausos, pero allí están, a la fecha son ellos
los regidores del interinato, y también los patrocinadores de las votaciones.
Ellos, todos ellos, haciendo lo pautado, debidamente amplificados por sus
cuadrillas de “intelectuales” señalando, advirtiendo, supuestamente
“demostrando” que cada papel tiene su razón de ser. Lo que no dicen es que “la
razón de ser”, la verdadera, es que nada cambie, aunque todos hagan como si
estuvieran haciendo todo lo posible para que todo cambie. Ellos son la versión
barata, muy barata, de Il Gatopardo. A fin de cuentas, de noche todos lo son.
Es bien sabido que el odio y el amor son ciegos. Dentro de la caverna
hay facciones que apuestan a que sus visiones son las válidas. La realidad no
cuenta. No se puede apreciar. En eso consiste la eficacia de un ecosistema
criminal, en su ambigüedad intencionada, y en la necesidad de que sea otro
quien se atreva a su descripción y alcance. Esos otros reparten versiones
contradictorias para encubrir la verdad que no pueden develar. Y aquí las
palabras importan, por eso el esfuerzo por demás interesado, en las
imprecisiones. Años llevamos sufriendo un tenebroso debate sobre lo que es
esto. Y si no precisas lo que es, ¿cómo vas a poder vencerlo? Pero recuerden
que estamos en la caverna, y las sombras no ayudan. Por eso mismo, cuando
conviene, porque quieren votaciones, dicen que es una “semi-democracia”, cuando
hay diálogos y negociaciones, elevan un poco el tono público, pero ya todos
sabemos que se trata del falso escándalo de la lucha libre, que ni es lucha, ni
es libre. Solo coreografía de puños que no golpean, patadas que no tumban,
caídas que no lastiman, y juegos de manos que no dañan. Por cierto, en la lucha
libre también van enmascarados.
Hay que mantener la tensión política y la atención social. Por eso todos
los días anuncian un colapso que no termina de llegar. Peor aún, cada tanto
anuncian una nueva modalidad de rendición, que tampoco termina de concretarse. Son
solamente sombras chinas que intentan hacernos ver una confrontación que no
existe. Cerrado el telón, apagadas las cámaras, y alejadas las redes sociales,
todos se amigan, comen del mismo plato y abrazan las mismas consignas. Todos
dependen de los mismos financistas y se arrodillan ante el altar de intereses
comunes.
Pero las sombras no dan para escrutar la lógica y su operación. El
aparentar ser una república democrática forma parte del negocio del ecosistema
criminal, marxista y radical. Ellos tienen que hacer el esfuerzo de pasar por
decentes cuando en realidad se dedican al saqueo y la ruina social. Aunque sea
por mantener el decoro y no hacer tan forzada la coexistencia en la comunidad
internacional. Porque siendo un ecosistema extenso, igual necesitan un entorno
si no amigable, por lo menos tolerante a sus excesos. Que esas apariencias se
transformen en alucinaciones depende de la ceguera de cada uno, de sus ganas de
no ver la realidad, y del esfuerzo deliberado del ejército de farsantes que,
sabiendo la trama, se dedican al engaño como profesión. Hay una perversidad
intrínseca en esta forma de dominación que nos quiere ciegos.
Descartes decía que “el hombre camina solo y en tinieblas, y es
vulnerable a la soledad”. Para él todo esfuerzo debía concentrarse en evitar la
duda, buscar las certezas y alejar la tentación de la dependencia. Esta
proclama de modernidad es todo lo contrario al guión totalitario, que nos
quiere sometidos por el miedo, angustiados por la incertidumbre y llevados con
fatalidad a depender de los mendrugos que reparte la tiranía. Y aunque no lo
veamos, aquí y ahora nos estamos jugando nuestro destino entre los jalones
violentos hacia barbarie y el esfuerzo sostenido en mantener lo que nos queda
de civilidad. Pero volvamos a la pregunta originaria. ¿Y si estamos ciegos?
Un tipo de ceguera que nos obnubila y nos escamotea nuestros intereses.
Un “no ver” que desafía nuestras reservas de sensatez. Porque si viéramos
realmente caeríamos en cuenta que tenemos que ordenar el caos, que podemos
ordenarlo y que no estamos tan indefensos como nos quieren hacer ver. Pero eso
requiere coraje, determinación, apego a la realidad y despeje emocional. Estos
dioses son solamente bufones amaestrados. No pueden ser nuestros líderes. Estas
consignas sentimentaloides (unidad, diálogo, reconciliación, etcétera) son los
guiones y los mapas de ruta de nuestra servidumbre. Llegado el momento,
deberíamos invocar el “objetivismo randiano” para “reconocer la situación,
revisar sus premisas, descubrir nuestros activos ocultos y comenzar a
reedificar”. Para comenzar a ver nunca es demasiado tarde.
Profesor siempre pienso q sus comentarios los debe leer "la oposición" a ver si así levantan cabeza después de 20 años. Felicitaciones por su lucidez.
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