BIG TECH: ¿Amenaza para la democracia?
BIG TECH: ¿Amenaza para la democracia?
por: Víctor
J. Maldonado C. (Twitter @vjmc)
E-mail: victormaldonadoc@gmail.com
07/03/2021
¿Por qué seguir insistiendo en un tema que muchos han calificado como
una conspiparanoia fastidiosa? La respuesta es simple: El precio de la libertad
es su eterna vigilancia, tal y como en su momento lo advirtió Thomas Jefferson.
Y porque no podemos dejar pasar esta oportunidad para recordar algunos problemas
no resueltos sobre la política y la condición humana.
Si tuviéramos que hacer una precisa composición de lugar tendríamos que
decir lo siguiente: En el marco de la campaña electoral norteamericana y en
confluencia con la presencia global del virus COVID 19, cuyo origen fue la
ciudad de Wuham, capital de la provincia Hubei, en China Central, se desataron
un conjunto de iniciativas para controlar y ponerle riendas a la información,
bajo el presupuesto de que no se podía promover el pánico, y tampoco se podía
someter a los ciudadanos a decidir por si mismos, cuáles recomendaciones eran
apropiadas y cuáles no.
Comenzó así la época de la tiranía de los algoritmos. Palabras y
frases fueron tomadas literalmente con el objetivo de censurar y encauzar
cualquier discusión dentro de lo que ellos consideraban políticamente
apropiado. Pronto vimos cómo cualquier información u opinión contrastante fue
“sacada del aire” con la advertencia de que, en caso de reincidencia, la pena
podía ser mayor, e incluso definitiva. Nadie que no estuviera debidamente
alineado con la versión oficial podía sentirse en libertad de exponer su
interpretación sobre lo que estaba ocurriendo.
De igual forma apreciamos como en paralelo se instauró la época de
la biopolítica y del biopoder, con la pretensión de administrar el proceso
con medidas totalitarias de confinamiento y limitación de cualquier actividad,
con el pretexto de que era necesario administrar nuestras vidas y nuestras
muertes para resguardarnos del mal mayor.
La pandemia se ha convertido en la gran excusa para depredar y hacer
añicos garantías, derechos y libertades, mientras las agendas de los
extremismos tomaron ventajas para presionar, desde sus barricadas, una
reconfiguración a fondo de lo social, e imponer eso que algunos han dado en
llamar “el gran reseteo”.
No olvidemos que todo esto coincidió en tiempo y en lugar con las
elecciones presidenciales norteamericanas. Muy polarizadas entre el flanco
conservador y el extremo demócrata, liderado este último por la izquierda
radical.
Lo que nunca nos imaginamos fue lo que luego publicó la revista TIME:
Que se organizó un complot contra el presidente TRUMP y sus legítimas
aspiraciones a la reelección, y que los actores protagónicos de ese complot
fueron, entre otros, los CEO´s de las empresas BIG TECH, cuyo compromiso fue el
ejercer un poder indebido sobre las redes sociales, censurando al presidente
TRUMP, editando sus contenidos, reservándose el derecho de adjetivar sus
afirmaciones, pero no solamente eso, cerrando su cuenta, y la de sus
principales aliados, y desencadenando una persecución abierta contra el flanco
conservador y sus principales consignas. Sabemos también cómo y por qué sacaron
del aire a PARLER.
Censuraron a un líder poderoso. Y censuraron a sus seguidores. Porque
colidía con sus aspiraciones y compromisos. Esto es un hecho. Y con este hecho
enterraron años de reflexión sobre responsabilidad y ética empresarial, para
mostrarnos que el poder es una realidad de ejercicio de la violencia pura y
dura.
Algunos han calificado toda esta jugada como un episodio inventado por
grupos conspiparanoicos, exagerados y tendenciosos. Hasta que TIME dijo lo que
dijo, y más recientemente Bill Gates anunció la fundación de su “ministerio de
la verdad mundial” (un perfeccionamiento institucional de lo hecho hasta ahora),
una alianza entre tecnológicas y medios convencionales de comunicación para
“oficializar” la verdad y, por lo tanto, institucionalizar la censura.
Nunca como ahora tiene vigencia el apotegma de Lord Acton sobre el
poder. “El poder corrompe. Y el poder absoluto, corrompe absolutamente”. Por
más que nosotros le apliquemos todo el optimismo a la condición humana, cada
vez que nos confrontamos con ella vemos que el orden social fundado en la
cooperación y el orden espontaneo tienen límites moralmente imprecisos asociados
al ejercicio concreto del poder.
El poder corrompe la integridad y desvirtúa la mirada hacia el otro
como ser dotado de dignidad y sujeto de derechos. Ellos han roto la aspiración
a la autonomía y nos han estrellado contra el muro de la suspicacia.
El poder es una vieja tentación que exige de los demás sometimiento. El
poder no es solamente capacidad para el hacer, sino capacidad para dominar. Por
eso, siendo las relaciones de poder atributos inextinguibles del hombre en
sociedad, lo mas recomendable sea usarlo y permitirlo en dosis pequeñas y por
tiempo limitado. Esa es la meta de toda república. Pero no es la lógica que
subyace al poder privado.
Debemos reconocer que las BIG TECH tienen demasiado poder, y que sus
CEO´s han visto el éxito demasiado temprano, al margen de esa pretensión de la
ética que busca la forja del carácter para no errar ante la definición de lo
bueno y de lo malo, lo correcto y lo incorrecto. Vivimos la época del éxito
irreflexivo, donde la propia opinión de los que se sienten exitosos quiere
pasar por verdad absoluta.
VERDAD y OPINIÓN se han mezclado y confundido. EPISTEME y DOXA son
desconocidas en sus diferencias y son tratadas con espíritu inquisitorial. La
verdad se ha confinado a lo que el poder acepta como tal, y las opiniones son
tratadas como dicotomías entre la herejía y la ortodoxia, pretendiéndose ellos los
supremos administradores de las convicciones, tendencias, gustos y valoraciones
del resto. Ellos dicen que nos conocen más que nosotros mismos. Y que saben
mejor que nosotros cuál es nuestro bien.
Querer encajonar definiciones inapelables sobre la vida y la muerte sin
la debida reflexión, dar por buenas afirmaciones contundentes a favor del
aborto, la eutanasia, la justeza de unas elecciones sin reglas claras, permitir
todo tipo de distorsiones y despropósitos sobre el género, la biología y
cualquier otro ámbito del pensamiento y del conocimiento, los hace
protagonistas de un nuevo totalitarismo digital.
Insisto en que estamos en manos del éxito irreflexivo, de la tiranía de
la puesta en escena, y de la vieja propensión a la conjura.
Baste leer el capítulo IV del libro La Rebelión de Atlas, cuya autora
Ayn Rand tiene el mérito de describirnos la tentación siempre presente en los
hombres de negocios para intentar “disposiciones anti-perjuicio propio”, sacar
ventaja, “encompincharse” para sacar a la competencia del juego, adoptar a la
política como parte de los propios objetivos y transformarse en esos “motores
inmóviles” que al final detienen la vigencia de la libertad y del progreso.
Algunos, no dudo que, de buena fe, y para que no se les derrumbe encima
sus propias concepciones liberales, apelaron a la defensa de los derechos de
propiedad de las BIG TECH. “Ellos son los dueños, ellos ponen las reglas, ellos
se reservan el derecho de admisión”.
Permítanme contrariar esta aproximación. No solamente que debemos
indicar la perversión de tener que lidiar con oligopolios y posiciones de
dominio que de suyo colocan al usuario de las redes en una condición de
fragilidad.
Tampoco aludamos a los términos del contrato y a sus formas de
presentación. Ni a las modalidades de rentabilización de esas empresas, usando
los datos de esos usuarios, sin explicitar los qué y los cómo.
El problema sustancial es el prepotente desconocimiento de los derechos
de propiedad que cada usuario tiene sobre su cuenta, sobre sus seguidores, y
sobre los contenidos allí expuestos. Sin debido proceso, juicio justo, jueces
naturales ni alzada, se anulan todos esos derechos, se cierran cuentas, se
suspenden, sin dar demasiadas explicaciones, ni tener como baremo un criterio
universal ni normativo, ni ético. ¿De qué son dueños ellos y de qué somos
dueños nosotros? son asignaturas pendientes en la reflexión y debate que se
debe plantear en esta nueva realidad de presencia y política en las redes
sociales.
Recordemos siempre que la democracia es el gobierno de la opinión
pública. Por lo tanto, quien controla la opinión pública, controla al gobierno.
Para la ciencia política eso implica varios llamados de atención y algunas
preguntas pertinentes:
I.
La opinión pública es fundamento sustantivo y
operativo de la democracia. Si tergiversas la opinión, estás perturbando la
esencia de la democracia.
II.
La opinión pública no es innata. Es un
conjunto de estados mentales difundidos (opinión) que interactúan con flujos de
información. Si los flujos de información están intervenidos, la opinión
pública se ve distorsionada o por lo menos aturdida.
III.
El problema politológico de la opinión pública
son los flujos de información. Por eso siempre se ha dicho que “información
es poder”. Y por eso, el campo de batalla es “los canales por donde fluye la
información” que son “escletorizados” a voluntad de los CEO´s de las redes
sociales, ahora en connivencia con medios de comunicación.
Las preguntas que
son concomitantes son tres:
a)
¿Cómo asegurar que las opiniones recibidas en el
público son también opiniones del público? Ahora que las cartas están
descubiertas y son explícitos los flujos de retroalimentación positiva en las
redes sociales.
b)
¿Cómo hacer prevalecer una opinión pública
autónoma? Si no es garantizando que la opinión esté libre de temor.
c) ¿Cuándo
la opinión pública llega a ser heterónoma? Cuando temes hablar y decir. Cuando
está llena de miedo por las consecuencias.
Es porque el temor a las consecuencias está plenamente vigente en las
redes sociales que la verdad está sepultada en eufemismos (para intentar
sobrevivir) y silencios forzados. Por otra parte, los grupos de poder están
imponiendo una nueva era de neolengua aplicada a hacer pasar por virtuoso lo
que es un trágico vicio: el uso abusivo del poder para dominar e imponer una
agenda incluso contra el criterio de las mayorías.
Charles Lindblom en su libro Democracia y Sistema de Mercado nos provee de una categoría de análisis que no podemos dejar pasar en esta reflexión. En el capítulo VI dedicado a las relaciones entre la democracia y la economía se pregunta ¿cuál es el efecto de las instituciones económicas sobre la democracia? Y lo hace para recordarnos que:
I. Los hombres de negocios forman parte de las élites políticas y de gobierno, y se conciben diferentes al ciudadano común que es llamado a la obediencia y acatamiento del orden social.
II. Los hombres de negocios, como hemos visto, ejercen su poder mediante falsos “actos de gobierno”, por el cual imponen su ley, privilegian su visión de la política, y perjudican a los que no creen lo que ellos creen.
III. Hay un trade off entre la política y las empresas sobre la base de la mutua conveniencia. La empresa genera empleos y produce riqueza que se pueden transformar en votos. Los ejecutivos de empresas agencian beneficios a cambio.
IV. Estos falsos “actos de gobierno” tienen como contrapeso la soberanía del consumidor (el ciudadano del sistema de mercado), que es difusa, limitada en sus efectos, lenta en sus resultados, y que no se aplican tajantemente en ámbitos más propios del orden público.
V. La “autoridad” ejercida por el hombre de negocios es para su propio beneficio dentro de la lógica de la propiedad privada que sin embargo, se quiere aplicar al espacio de la política, dimensión pública por antonomasia.
VI. Esta “autoridad” (dominio, impacto, influencia) se está indebidamente utilizando para flanquear los límites entre el sistema de mercado y los del gobierno con el fin de ganar más poder, más autoridad, incluso para crear maquinarias políticas, con objetivos políticos. (Ejemplos sobran y tienen nombre y apellidos: Open Society Foundations, La Coalición para la Procedencia y la Autenticidad del Contenido -C2PA liderada por Microft, The New York Times, BBC, Adobe, ARM, Intel, Truepic, Planned ParentHood, entre otros).
VII. Esta “autoridad” es ilegítima, de facto, y perturba la relación clásica entre electores y elegidos. Es un ejercicio irresponsable del poder, una desviación del propio mandato empresarial y una tentación para el dominio indebido.
VIII. Ahora vemos una identidad ideológica y de agenda cuya finalidad parece más valiosa que los trastornos en los derechos de los ciudadanos.
IX. La agenda “apocalíptica” donde se mezclan el calentamiento global, las nuevas identidades de género, el revisionismo histórico, la universalización del aborto y la eutanasia como nuevos derechos inapelables, la persecución religiosa y ahora el ejercicio grosero de la biopolítica, no se está dando con el debate y las garantías necesarias. La regla de un hombre, un voto, se ha violado.
X. Está claro que el objetivo es el flanco conservador y el abatimiento de los que denuncian el socialismo. No tienen como referente ni la ley moral ni la invocación de una ética universal. Usan dos raseros, el de los propios, y el de que les resulta ajeno.
XI. A estos hombres de negocio nadie los eligió para eso. No se pueden revocar. No hay alternancia en el poder. Es poder privado ejercido en el ámbito de lo público, sin tomar en cuenta los límites de la prudencia y de la ley moral. Y lo están haciendo, porque en este momento hay una identidad de criterios y objetivos entre radicales de izquierda (ahora en el gobierno y radicales de izquierda que ahora comandan empresas exitosas)
Para terminar, quiero preguntarnos si este es un fenómeno novedoso. De
ninguna manera. Es tan antiguo como la condición humana, y tiene que ver con la
condición humana.
La tentación luciferina, el “querer ser como Dioses”, la pulsión de
realizar (que en este caso es imponer) los propios ideales (la ideología), los
hace presas fáciles del uso excesivo del poder.
La encarnación en ellos de la vieja falacia AD VERECUNDIAM o de la
falsa autoridad, los hace confundir planos y contextos. El éxito empresarial no
los hace filósofos políticos. Mi preocupación es que el éxito precoz, no nos
permite confiar ni en su talante ni en la calidad de sus reflexiones. Por eso
es una trampa fundada en el éxito empresarial que supuestamente otorga
infalibilidad en el criterio político,
La vigencia de la política como mero espectáculo y la degradación del ciudadano
a ser parte de corrientes de opinión que por ser “mayoritarias” no
necesariamente son buenas para el orden en libertad que todos aspiramos y
merecemos, debería ponernos en alerta y destacar que el problema no es
solamente limitar el tamaño de los gobiernos, también es advertir contra las
consecuencias nefastas del poder, que siempre se corrompe.
Y en este caso, no ha sido la excepción. Eso nos obliga a ser menos
ingenuos y mecanicistas en las reacciones ante la dicotomía público-privado.
Hoy estamos precavidos ante la infeliz embestida de las Big Tech, pero no nos
quedemos en la anécdota. El problema reside en la condición humana y las
tentaciones del poder. Y las soluciones no son tan obvias.
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