¿Tierra de hombres libres?
¿Tierra de hombres libres?
Por: Víctor Maldonado C.
e-mail:victormaldonadoc@gmail.com
01-09-2010
A la
entereza de Franklin Brito…
Tenía razón Ayn Rand
cuando insistía con su tradicional efusividad que era imposible que una
sociedad hiciera gala de la libertad si cualquiera de sus ciudadanos sentía que
se le negaba la posibilidad de emprender el difícil viaje por los recovecos de
su destino con un control absoluto de sus opciones. Pero por algunas razones
que no vale la pena enumerar aquí, nosotros por mucho tiempo hemos creído todo
lo contrario. Hemos apostado a la preeminencia de un régimen por encima de las
personas y hemos gritado patria muchas veces para pisotear cualquier iniciativa
de emprendimiento ajeno, tal vez porque en nuestro inconsciente colectivo la
palabra éxito es un revulsivo insoportable cuando se trata de los otros, o porque desde siempre confundimos la gesta
libertadora con la posibilidad de sentirnos y hacernos libres los hombres y no
los gobiernos.
En el templo que desde
siempre hemos dedicado al dios del despotismo llevamos doscientos años
sacrificando nuestras propias posibilidades. Siempre creímos que “el hombre
fuerte del momento y la revolución que prometía” iba a enmendar y resolver
todos los entuertos de los ídolos anteriores. Siempre nos hincamos y besando la
tierra por donde pasaba revaluábamos las esperanzas de un nuevo comienzo que
por supuesto nunca ha llegado ni llegará nunca.
En ese altar corre
ahora la sangre de Franklin Brito, cuya larga agonía transcurrió a espaldas de
nuestros verdaderos intereses y valores. Hay que reconocerlo. Su batalla fue
una lucha al margen de nuestras preocupaciones, y demasiado tarde entendimos
que él decidió encabezar nuestros afanes y no abandonar la primera línea de
esta lucha tan grotesca contra nuestras propias sombras, sometidos a la
psicótica situación de sofocarnos con los gritos de libertad proferidos por el
mismo tirano que nos la arranca a pedazos.
No es la primera vez
que un régimen de fuerza utiliza el recurso de la demencia para deshacerse y
desprestigiar a sus adversarios políticos. Todo autócrata llega a pensar que
los que no son capaces de entender sus designios tienen que estar
necesariamente locos. Alguien que defienda sus propios intereses y la emprenda
contra los inmensos molinos de viento de la brutalidad expoliadora no puede
estar en sus cabales. Ese argumento fue utilizado, aun cuando se les disolvió
en sus propias vergüenzas. Prefirieron aislarlo y dejarlo morir. Prefirieron
mantener la mano de hierro asfixiando su garganta hasta que su grito dejó de
oírse. Prefirieron el crimen antes que el reconocimiento de que la razón estaba
de su parte. Prefirieron su muerte antes que devolverles sus tierras.
Los que tomaron esa
decisión son los mismos que se regodean de haber “rescatado” para el pueblo más
de seis millones de hectáreas, que ahora no producen absolutamente nada, ni
sirvieron para esconder las cientos de miles de toneladas de alimentos
descompuestos, y tampoco para salvar una vida sobre la base de la misericordia
y la benevolencia que ennoblece a los gobernantes justos y que condena
irremisiblemente a los déspotas.
No hay libertad sin
hombres libres. Hemos entendido mal. La libertad es una condición moral que nos
encarga de nuestra propia vida, nos hace responsables por nuestras acciones y garantes de nuestro propio legado. No es un
privilegio sino una oportunidad para trascender que a veces significa morir por
lo que nos resulta valioso, sin dejarnos torcer el alma aunque nos tuerzan el
cuello. La libertad no es para gozarla como creímos, ni la posibilidad para el saqueo
y la explotación. Tampoco es para ofrendarla al primer tirano que se nos
atraviese. Es para defenderla de aquellos tartufos que vienen con la sospechosa
oferta de encargarse de nosotros y de nuestra felicidad. En la soledad de su
lucha, y hasta la muerte como demostración de integridad, eso fue lo que nos
quiso decir Franklin Brito.
Por mera decencia no
voy a leer ni una letra del comunicado oficial. Es demasiado tarde para
cualquier excusa. Prefiero sentir en el aire el terror que les ha producido la
firmeza de un solo hombre, su indoblegable fuerza de voluntad que hasta el
último minuto exigió que le restituyeran lo que él sentía que nunca debieron
quitarle: su heredad. En su tumba rechina la arrogancia con la que algunos se
pasean por el país demoliendo el derecho, asesinando la justicia y secuestrando
la libertad, mientras el puño de acero va apretando con todas sus fuerzas el
puñal con el que le están atravesando el alma a la república. Descanse en paz
Don Franklin Brito y que nunca encuentren sosiego sus verdugos.
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