Cenizas


 

Cenizas

Por: Víctor Maldonado C.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

22/02/2023

 

¡Desgarren su corazón y no sus vestiduras!

El país sigue perdido en el desierto. La imagen es rotunda. Todo desierto abunda en espejismos donde las carencias parecen convertirse repentinamente en desmesura, solo para demostrarnos minutos después que cualquier ilusión se disuelve en el calor y el cansancio. Estamos exhaustos de mentiras, las que sostienen al régimen y aquellas de las que se vale su falsa oposición para mantener la pequeña clientela de incautos que todavía les da un aire de infatuada legitimidad.

Ya han pasado veinticuatro años, casi un cuarto de siglo, donde lo hemos perdido todo. El inventario pasa por lo institucional y hace estragos en la economía y la sociedad. Perdernos en los detalles es intentar otro laberinto cuyo recorrido es inútil. Lo cierto es que vivimos en las ruinas de lo que fuimos, sin comprender nunca que aquello que intentamos fue la causa de lo que nos ha tocado vivir. De este presente hay culpas que no han sido expiadas.

La sociedad venezolana dinamitó las bases institucionales y morales de la democracia. Malas decisiones se fueron acumulando en un gobierno que creció hasta explotar en pedazos. El capitalismo de estado fue un error que comenzó a subordinar las metas sociales y a dejar en el costado del camino a los más vulnerables. El petróleo nos provocó alucinaciones de riqueza súbita que nos transformó en una sociedad alejada del trabajo productivo. La relación entre el gobierno y el sector privado se desbalanceó hasta aplastar cualquier posibilidad del sistema de mercado. El gobierno se sumergió en el espectáculo absurdo de la bravuconería y de los hechos cumplidos cuando perdió eficacia social y comenzó a acumular pasivos en flancos tan críticos como la salud, la educación o la vivienda.

La clase política comenzó a verse como su propio fin. Y a mirar con una arrogancia muy poco benevolente a todos los demás. La escasez, la falta de oportunidades educativas, el descalabro de la infraestructura física de las escuelas, las crisis financieras, los episodios de devaluación, el descalabro de la seguridad social, las crisis hospitalarias, la corrupción, la innoble conspiración constante de grupos de izquierdas, la irredenta filotiranía de las élites intelectuales, el odio evidente entre los lideres históricos, todos estos aspectos que comenzaron a ser vectores determinantes en la narrativa del venezolano, conspiraron contra las promesas de democracia inclusiva, movilidad social y esperanza de un futuro mejor que fundamentaron el pacto social de la república civil venezolana.

Por todo el país comenzó a recorrer un fatal espíritu de insatisfacción que fue despreciado por la clase política venezolana y que fue vilmente aprovechado por logias militares, ideologizadas, ignorantes y resentidas que no dudaron en tomar las armas y derrocar la república. Los civiles venezolanos siempre han padecido de una mezcla tortuosa de fatal admiración y miedo a los militares. Se subordinan al uniforme, creyendo que van a sacar ganancias de su genuflexión. Entregan garantías y libertades pretendiendo un orden que se encabrita en sometimiento. ¿Habrá cambiado esa sumisión arquetípica que se eriza frente a un desfile o una arenga? ¿Las armas han pertenecido alguna vez a la república o, por el contrario, la república pertenece al capricho de sus hombres armados? Responder apropiadamente a esa pregunta es importante para el devenir.

Las clases medias venezolanas son una mala mezcla de socialismo silvestre y ganas de hombres fuertes. Sus imaginarios de la riqueza, que siempre es súbita, les hace suponer que un buen revolcón con el gobierno les resuelve cualquier dificultad. Sus ganas de orden excluyente les hace ansiar un dictador que nunca les resulta lo suficientemente benevolente. Chávez es un engendro de las clases medias, acomplejadas, resentidas y fútiles, que creyeron que los países funcionan mediante la venganza y la reivindicación histórica. Ellos compraron como bueno un redentor que terminó siendo un Leviathan irreductible cuyo signo ha sido la debacle del país.

El no conseguir a nadie que calce las medidas de su arquetipo despótico hace que los venezolanos vayan a las tumbas a revisar los huesos de viejos tiranos. Lloramos y padecemos de una nostalgia extravagante. Buscamos ansiosos lo que no existe. Y nos deslizamos en un resbaladizo conformismo que nos vuelve a colocar en el medio del desierto, otro punto de salida ficticio que nos hace recorrer en círculos la vieja ruta de los errores olvidados. El autodenominado G4 de la “plataforma unitaria” todavía existe porque esta sociedad prefiere la desmemoria acomodaticia a la asertividad política que se requiere para salir de ellos.

Parece mentira que otra vez estemos discutiendo los mismos temas. Que si las primarias van a definir una nueva época de unidad. Que ahora si los partidos políticos van a deponer sus diferencias. Que no importa quien gane, va a contar con el apoyo de todos los demás. Y todo esto lo afirman públicamente a sabiendas de que están mintiendo. Lo dicen mientras exhiben dagas y puñales.

La misma insania se repite cuando se plantea nuevamente la posibilidad de que esto salga con votos. Aquí la amnesia se combina con una incapacidad contumaz para mantener la sensatez. ¿Qué es esto? Es una repuesta que la gente, por lo visto, rehúsa responder. Pero esto no es una dictadura latinoamericana convencional, proclive a las conspiraciones internas. Tampoco es una tiranía liberal como la que ejerció hasta su muerte Juan Vicente Gómez. ¿Qué es esto? Un régimen socialista, castro-comunista, que ha construido sus bases en las entrañas de un ecosistema criminal (Miguel Fontán dixit) en el que todo vale, todo es posible, todo es realizable, siempre y cuando sea útil para mantener el poder.

Esto que vivimos es la república civil derrocada por un régimen indescifrable si no resolvemos antes las ecuaciones de crimen e impunidad con los que opera. Pero que todavía se vale de las liturgias republicanas para contrarrestar su mala reputación. Por eso, esto que vivimos, es la distorsión perfecta. No hay gobierno al servicio de los ciudadanos, porque se ha enajenado la ciudadanía de garantías y derechos. Vivimos de la concesión graciosa y no de los deberes de servicio público que un gobierno serio y responsable exhibe como fundamentales y de obligatorio cumplimiento.

Por eso mismo dicen que vamos a elecciones, pero la realidad es que cohonestamos un certamen sin piso parejo, lleno de ventajismos, que se prepara con mucha antelación, y que en definitiva nos entrega como propuesta una competencia en la que no es posible identificar dos partes. Porque entre el régimen y su opolaboración hay más identidades que diferencias. Ambos coinciden en legitimar una agenda en la que solamente el régimen puede resultar ganador. ¿Y los demás? Bueno, los demás están allí, siguen allí, un cuarto de siglo después, simulando mientras viven por encima del promedio. Como en cualquier versión de los “juegos del hambre”, en esta también opera el castigo aleccionador para los que desertan del guión. Esos están presos o viven en el exilio.

Vamos a estar claros. Nuestros políticos son profesionales del desierto. No quieren salir de allí. Son los beduinos del fracaso recurrente. Al parecer, solo al parecer, ellos son parte obligada y obligante de un paisaje árido en el que todos estamos condenados a morir o a perder, más temprano que tarde. En ese sentido, independientemente de la ideología que profesen (ya sabemos que todos son engendros del socialismo silvestre que caracteriza a los venezolanos) son profundamente conservadores y reaccionarios.

Una sola cosa parece definitiva. Este elenco del fracaso tiene vocación de desierto. Son su propio espejismo. Seguir respaldando su narrativa, sus instituciones, sus agendas, es condenarnos al desgastar nuestras vidas en un errar sin sentido. Por eso mismo, hay un largo camino de conversión que todos debemos recorrer. Un duro camino que debería buscar respuestas en las causas que nos han traído hasta aquí, porque ya todos sufrimos las consecuencias.

La profecía de Joel, que se lee en las misas de los miércoles de ceniza debería de darnos la clave: Rasgar los corazones es un camino de discernimiento que nos obliga a entrar en razón. Basta de simular lo que primero no sentimos. Por eso Joel advierte que no estamos en tiempo de vistosas celebraciones donde todos exhibimos una contrición solo de apariencia. Basta de rasgar las vestiduras porque se trata de tocar los corazones para encontrar la verdad. Una verdad dura, difícil, que nos convoca a nuevas épocas y formas de lucha.

Mientras tanto, mientras ocurre ese toque de corazones y conciencias, repitamos con el profeta, la oración que pide misericordia.  

“Ten compasión de tu pueblo, Señor;

no entregues tu heredad al oprobio

ni a las burlas de los pueblos”.

¿Por qué van a decir las gentes:

“Dónde está su Dios”?

 

@vjmc


Comentarios

  1. Todo es un dejavu de eventos que se repiten y repiten con los mismos actores y resultados fracasados de siempre.

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